La reciente carrera en el Gran Premio de Canadá ha dejado a todos boquiabiertos, desde los ingenieros hasta los propios pilotos. Lo que comenzó como un fin de semana habitual se transformó en un despliegue de talento y estrategia que ha puesto a Ferrari en una encrucijada. Lewis Hamilton, el siete veces campeón del mundo, sorprendió a todos al mostrar un dominio absoluto del SF25, el monoplaza de Ferrari, durante la sesión de práctica FP2.
Mientras Ferrari se preparaba para liderar con Charles Leclerc, la atmósfera cambió drásticamente cuando Hamilton comenzó a registrar tiempos que desafiaban las expectativas. Los ingenieros, inicialmente confiados, se encontraron en silencio, observando cómo Hamilton redefinía los límites de lo que se creía posible. En cada curva, cada aceleración, el piloto británico encontraba un agarre que había eludido al equipo durante toda la temporada.
El impacto de su actuación fue inmediato. A medida que los datos fluían, la tensión en el garaje de Ferrari se hizo palpable. La estrategia de Hamilton, que incluía una gestión brillante de la energía, le permitió ganar casi tres décimas en un solo sector, evidenciando no solo su habilidad, sino también su comprensión profunda del monoplaza. Mientras tanto, Leclerc, aunque rápido, no podía igualar la precisión y el control que Hamilton exhibía.
La clasificación reveló una nueva realidad: Hamilton había superado a Leclerc, no por suerte, sino por pura ejecución. Con un ritmo de carrera que parecía casi robótico, Hamilton dejó claro que había tomado las riendas. Este cambio de poder no se limitó a los tiempos de vuelta; la dinámica interna de Ferrari estaba en juego. En un equipo donde el liderazgo es crucial, la pregunta que resonaba entre los ingenieros era clara: ¿se había convertido Hamilton en el nuevo líder del equipo?
A medida que la temporada avanza, la influencia de Hamilton podría redefinir la estrategia de Ferrari. Si el equipo decide alinearse tras su rendimiento, el 2025 podría convertirse en un año de redención para el piloto británico. En la Fórmula 1, donde cada décima cuenta, los números nunca mienten, pero a veces, el poder también puede cambiar de manos.