El debut de Lewis Hamilton con Ferrari, que prometía ser un momento épico, se convirtió en una pesadilla en la sesión de clasificación del Gran Premio de Australia. Las expectativas eran altísimas: el siete veces campeón del mundo, dejando atrás a Mercedes para unirse a la icónica Scuderia, había generado un torbellino de anticipación. Sin embargo, lo que siguió fue una dura realidad que dejó a todos boquiabiertos.
Ferrari, un equipo que aspiraba a pelear por el campeonato, había mostrado un rendimiento prometedor en las pruebas de pretemporada y en las primeras sesiones de práctica en Melbourne. Pero cuando llegó el momento decisivo, todo se desmoronó. Hamilton clasificó en un decepcionante octavo lugar, mientras que su compañero Charles Leclerc solo logró el séptimo. La diferencia con el poleman Lando Norris de McLaren fue abrumadora: casi ocho décimas de segundo. La pregunta resonaba en el aire: ¿qué salió mal?
Hamilton, visiblemente sorprendido, admitió que no esperaba estar tan lejos del ritmo. Su evaluación honesta reflejó no solo su frustración, sino también la presión de adaptarse a un coche que describió como “fundamentalmente diferente” al Mercedes. A pesar de su optimismo, el desafío de revertir esta situación era inminente. Leclerc, también desilusionado, expresó su confusión, sintiendo que el SF25 había actuado como una “máquina completamente diferente” en la clasificación.
La dinámica entre Hamilton y Leclerc añade otra capa de complejidad. Mientras ambos luchan por mejorar el coche, la presión de superarse mutuamente podría complicar aún más la situación. Con la carrera del domingo a la vista y condiciones climáticas inciertas, Ferrari se enfrenta a un desafío monumental.
La gran pregunta persiste: ¿puede Ferrari recuperarse de este inicio desastroso? Con McLaren y Red Bull marcando el ritmo, el tiempo corre. La historia de Ferrari está en juego, y la presión no solo recae sobre los pilotos, sino sobre todo el equipo. La temporada acaba de comenzar, pero las dudas ya acechan.